El cerebro es considerado uno de los elementos más impresionantes del cuerpo humano. Con más de 100 mil millones de neuronas que utilizan más de 30 mil genes que se enlazan entre sí para formar mil millones de conexiones por cada milímetro cúbico de corteza cerebral.
Su complejidad permite la supervivencia del cuerpo mismo, así como del funcionamiento adecuado de los procesos cognitivos (lenguaje, imaginación, conciencia) y emocionales. Sin embargo, desde el 2003 surgió un caso clínico que ha dejado boquiabierto a los expertos.
Se trata de un hombre al que se le hizo un escáner cerebral en el cual se descubrió que tenía un cerebro que ocupaba un poco menos del 10% de la cavidad craneal. El paciente contaba con un cráneo relleno de líquido y una muy pequeña región de masa cerebral. De acuerdo con su historia clínica, el personaje sufrió durante sus primeros años de vida de hidrocefalia –acumulación de líquidos dentro del cráneo– y tras años de tratamiento su cerebro fue “relegado a las paredes de la cavidad craneal”.
La sociedad médica había supuesto que las afectaciones en la vida general del pequeño serían graves. Sin embargo, conforme fue pasando el tiempo, fue capaz de llevar una vida completamente normal: trabaja como funcionario, se encuentra felizmente casado y es padre de dos hijos. En otras palabras, es una persona en plena conciencia de sí mismo y de su realidad.
Según los investigadores, esto se debe a que la posible ubicación de la conciencia en el cerebro se encuentra en una región muy específica, y en su caso no se ve afectada por su condición médica.
Axel Cleeremans, psicólogo de la Universidad Libre de Bruselas en Bélgica, señala que “la ubicación de la conciencia puede ser flexible y puede ser aprendida por diferentes regiones del cerebro”. Aunque esto aún es una hipótesis que falta investigar a profundidad.
Por ahora, esta hipótesis se adecua a la señalada años atrás como neuroplasticidad, la capacidad del cerebro de adaptarse a los cambios y asumir nuevos roles en caso de alguna lesión. Gracias a ello, Cleeremans explica que no importa el tamaño del cerebro: “la materia gris de la que dispone es suficiente como para crear una imagen de sí mismo, lo que significa que el hombre sigue siendo consciente de sus acciones”.
Por lo que consideran que no se trata de la materia –tamaño del cerebro–, sino que la conexión entre materia y espíritu –o conciencia– es lo que permite el óptimo funcionamiento de un individuo. El perfecto equilibrio entre estos dos últimos elementos permite que una persona pueda librar miedos, superar obstáculos y descubrir los misterios del cuerpo humano.
H/T – LP