Hace una década, el chicle fue prohibido en Singapur, debido a que causaba inconvenientes a los usuarios de los transportes públicos por la gran cantidad de ellos que aparecían pegados en los asientos, además, aumentaba la factura gubernamental de limpieza.
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Sin embargo, una negociación de un tratado de libre comercio entre EEUU y la ciudad-estado abrió de nuevo la polémica sobre la importación de chicle, una cuestión en la que Washington insistía.
Aunque se mantuvo firme en sus restricciones, el gobierno singapurés abrió las puertas a la importación de cierto tipo de chicle: el que sea utilizado, única y exclusivamente, para fines terapéuticos.
Así que a partir de 2004, la goma de mascar se puede adquirir en las farmacias singapuresas, eso sí, siempre con receta y de la variedad sin azúcar, que es la prescrita por razones médicas, principalmente para dejar de fumar o por problemas digestivos.
La difícil negociación sobre la entrada sin aranceles del chicle estadounidense a un mercado virgen fue uno de los asuntos más “pegajosos” tratados en Singapur, durante la visita del director de Comercio Exterior de EEUU, Robert Zoellick, para alcanzar el citado acuerdo de libre comercio.
“Nos mantuvimos firmes, pues no deseamos que la gente pegue chicle en el metro, en las calles o en los respaldos de las sillas. Pero cuando los negociadores de EEUU dijeron que si no lo aceptábamos el tratado tendría dificultades en el Senado, tuvimos que recapacitar”, dijo el primer ministro singapurés, Goh Chok Tong.
Finalmente el problema fue solventado gracias al ministro de Comercio e Industria, George Yeo, quien informó al equipo negociador de la existencia de una goma de mascar medicinal.
Sin embargo, varios trabajadores del sector de la limpieza se quejan de que, a pesar de la prohibición, todavía es mucha la gente que consume chicle, ya que se permitió su consumo privado si se adquiría en el extranjero.
“Es un engorro en nuestro trabajo. Ves como mascan, mascan y de pronto lo escupen sin pensar en lo difícil que resulta después arrancarlo”, afirma Danker Leonora, de 63 años, limpiadora en una concurrida estación del ferrocarril urbano subterráneo.
H/T – Cactus24