La cuarentena por la pandemia del covid-19 ha obligado a más de la mitad de la población mundial a vivir en un régimen de autoaislamiento.
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Desde 2006, la aldea alpina Sostila, en el norte de Italia, cuenta con un único habitante: Fausto Mottalini, de 69 años. En plena pandemia del covid-19, que ha obligado a más de la mitad de la población mundial a vivir confinado en un régimen de cuarentena, Fausto ha explicado a South China Morning Post cómo sacarle provecho al autoaislamiento.
Pese a que su pueblo se encuentra en Lombardía —la región italiana más azotada por el nuevo coronavirus— Mottalini dice sentirse seguro y protegido en la pequeña granja que habita, pues no tiene vecinos y los turistas rara vez se dejan ver.
Mottalini asegura que nunca se siente solo. «La felicidad pura solo puede venir de nuestro interior si estamos listos para explorar nuestras vidas interiores, no de acumulación de objetos o de riqueza», opina Mottalini, recalcando que cuando morimos no nos llevamos consigo nada de lo que tenemos.
Por esta razón, considera que la gente debe utilizar su tiempo de aislamiento durante la cuarentena para meditar sobre lo que, en su opinión, realmente importa en la vida: nuestras acciones y cómo podemos mejorar nuestra existencia. «Todos deberíamos aprender a estar solos para descubrir realmente quiénes somos, amarnos a nosotros mismos y nuestra propia compañía», agrega, indicando que la alegría es algo individual.
Tras divorciarse y poner fin a su carrera como tecnólogo en medicina nuclear, Mottalini fue un día a Sostila a arreglar el techo de su casa familiar y se enamoró de la paz del pueblo. A partir de ese momento, decidió quedarse a vivir en este lugar, deshabitado desde la década de los 60. «Ahora estoy feliz y satisfecho», confiesa.
Este amante de la soledad dice entender que a muchos les resulte difícil permanecer estos días en sus casas. «Si vives en un pequeño piso de 50 metros cuadrados las 24 horas junto con tu esposa e hijos puede ser difícil y puedes volverte loco, como [en] una prisión», asegura. En este sentido, reconoce que tiene mucha suerte porque él mismo eligió este estilo de vida.
En su día a día, cultiva un huerto, que le da fruta y verdura, y lee textos espirituales asiáticos sobre el sentido de la vida. En otras ocasiones, el ermitaño utiliza su automóvil para ir a visitar a su familia o hacer algunas compras.
«Nadie me molesta»
«Las cosas no han cambiado para mí», explica Mottalini. «Sigo haciendo lo mismo todos los días: me levanto temprano, corto leña para el fuego, cuido el huerto y el invernadero, y luego salgo de excursión y hago escalada, tomo fotos de la naturaleza, las flores y el hermoso paisaje», explica. Al atardecer regresa a casa y se prepara la cena. «Soy libre de salir cuando quiera», añade.
No obstante, el hombre reconoce que lamentano poder ir a visitar a sus hijas, que viven un poco más abajo en el valle, debido a las restricciones de circulación impuestas por el Gobierno italiano, aunque entiende que estas medidas son necesarias. Asimismo, opina que deberían pasar más comedias por televisión para que la gente pueda relajarse un poco.
«El zumbido social no es lo mío», continúa Mottalini. Puesto que en su aldea no hay ningún comercio, allí apenas se ha notado el estado de alarma en que vive el resto del país. «En Sostila nadie me molesta», añade este solitario empedernido, que —asegura— no piensa abandonar por nada del mundo este lugar mientras la salud se lo permita.
R/T – RT