El mundo se está quedando sin noche, pues entre 2012 y 2016 la iluminación artificial aumentó a escala global, producto de una excesiva o mala iluminación, lo que supone un derroche energético que pone en peligro la salud humana, a las plantas y al 30% de los vertebrados nocturnos.
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Aunque la preocupación por la contaminación lumínica surgió en el campo de la astronomía por la dificultad para hacer observaciones, en la última década han proliferado estudios que relacionan el exceso de iluminación nocturna con problemas en la salud humana y con perjuicios en los ecosistemas.
Incluso, Science Advances publicó un estudio que revela un claro aumento de las superficies iluminadas a escala mundial. Este incremento, de un 2,2% anual tanto en extensión como en intensidad, se da en un momento de transición a sistemas de iluminación LED.
«Los LED aún no están ayudando a reducir de manera global la contaminación lumínica y puede que estén ayudando a incrementarla», indica Alejandro Sánchez de Miguel, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía, España, (IAA-CSIC) que participó en el trabajo.
Esto se traduce en que entre 2012 y 2016, con este instrumento se ha registrado que la iluminación artificial nocturna se ha elevado un 9,1%, a pesar del uso de sistemas de iluminación más eficientes.
Según la investigación, entre 2012 y 2016, la luz nocturna ha crecido al mismo ritmo que el Producto Interior Bruto (PIB) de los países desarrollados y mucho más rápidamente en los países en desarrollo de América del Sur, África y Asia.
En ese periodo, el brillo nocturno sólo descendió en unos pocos países del mundo, la mayoría, como Yemen o Siria, por estar en guerra, y se mantuvo estable en Italia, Holanda, España y Estados Unidos, que ya se encontraban entre los más iluminados del planeta.
Este efecto rebote tiene antecedentes históricos, en los que el aumento de la eficiencia en la iluminación y la reducción de su coste generan un aumento del consumo en lugar de un descenso.
El constante aumento de la iluminación nocturna ha ocasionado que la mitad de Europa y un cuarto de Norteamérica sufran una ‘pérdida de la noche’ generalizada, con la consiguiente modificación de los ciclos día y noche.
“Necesitamos explotar las posibilidades de las imágenes que toman los astronautas de la estación espacial internacional para poder medir el verdadero impacto, pero los datos actuales son suficientes para ver que globalmente estamos empeorando”.
En un plazo medio, parece que la iluminación artificial seguirá en aumento, erosionando las regiones de la Tierra que todavía experimentan ciclos naturales de día y noche.
Un dato preocupante, debido a que la contaminación lumínica amenaza al 30% de los vertebrados y al 60% de los invertebrados nocturnos, tiene efectos sobre la fauna, flora y los microorganismos y cada vez más estudios señalan su impacto en la salud humana.
«Está probado que una mayor eficiencia energética no produce menores consumos energéticos globales: para lograr lo segundo necesitamos realizar un control de emisiones como se hace con las emisiones de dióxido de carbono. Además, hay que desarrollar políticas de alumbrado que contemplen el problema de la contaminación lumínica y intensificar el uso de sistemas eficientes: bien usados, los LED ámbar podrían ser la solución al problema», dijo a Sinc Sánchez.
H/T – El Espectador